Hace seis años, Gabriel Rincón —o “Joga”, como prefiere llamarse— dejó atrás la rutina para recorrer Suramérica en bicicleta junto Hace seis años, Gabriel Rincón —o “Joga”, como prefiere llamarse— dejó atrás la rutina para recorrer Suramérica en bicicleta junto a su perro Raito. En el Caquetá encontró más que paisajes: halló humanidad, aprendizajes y un despertar interior que transformó su a su perro Raito. En el Caquetá encontró más que paisajes: halló humanidad, aprendizajes y un despertar interior que transformó su manera de entender la vida. – manera de entender la vida.

– Por: Jisseth Johanna Plata Monsalve, Periodista Periódico El Colono Del Sur.

Mientras en las zonas urbanas la vida transcurre con múltiples horarios por cumplir y compromisos interminables, Gabriel Rincón Vargas se inclinó por ir a su ritmo, montado sobre una bicicleta en compañía de Raito, su amigo canino. Este bogotano, de 31 años, un buen día emprendió camino por Suramérica, dispuesto a dejarse guiar por el asombro, el cielo abierto y desconocidos que en muchas ocasiones son la respuesta a muchas de sus inquietudes.
Joga, como le gusta identificarse, aclara que no es un turista; es un viajero, un aprendiz de la vida, que ha hecho del camino su hogar. Hace seis años comenzó esta travesía, impulsado por una necesidad profunda de encontrarse, de sanar y redescubrir el sentido de la existencia. Así llegó al Caquetá, territorio que no considera un paso más, sino una etapa crucial de transformación interior.

Más que paisaje, un punto de inflexión
Joga recorrió Colombia en solitario antes de emprender esta gran travesía con Raito, pasando por regiones como Putumayo y Huila, donde vivió gran parte de su vida. Sin embargo, fue en Caquetá donde el viaje comenzó a adquirir otra dimensión; “es un remanso de humanidad, hospitalidad y belleza natural”, dice.
“Caquetá fue un despertar”, complementa en una conversación informal, con la humildad y la serenidad de quien ha aprendido a escuchar, más que hablar. En esta parte del país conoció personas que le tendieron la mano sin pedir nada a cambio, fue recibido con una sonrisa, un vaso de agua fresca y la curiosidad de quienes quedan hechizados con sus historias.
Para alguien que viaja vendiendo artesanías, cantando en restaurantes y confiado en la bondad del camino, estos gestos significan familia, calor humano; “aquí comprendí que no importa cuánto dinero tengas en el bolsillo, sino cuánto amor llevas en el corazón”, expresa con cierto aire de regocijo.

La bici, símbolo de libertad
Cada pedaleo es un acto de fe, una apuesta por la vida simple, auténtica; de hecho es todo lo que tiene, afirma indicando que no acumula cosas; en cambio, colecciona experiencias, por eso viaja ligero de equipaje.
En Caquetá su presencia generó sorpresa; no es usual ver a un joven acompañado de un perro y con mochila pedaleando por un sueño. “Quiero encontrar mi vocación en el camino”, comenta recalcando que en cada conversación, en cada persona hospitalaria, en cada noche bajo las estrellas va encontrando pistas de lo que busca.
Gabriel reflexiona sobre sus dudas, su pasado, sus heridas, para explicar sus dotes de artesano, autodidacta, cantor de boleros románticos y defensor de una vida saludable, tanto física como emocionalmente. Así, ha aprendido a ganarse el pan con creatividad: teje pulseras, hace trueques espontáneos con la gente del camino y canta con su bafle en pequeños restaurantes.
No cree en religiones, pero sí en una fuerza superior, en la energía del bien que habita en cada uno; “para mí, Dios es el bien que hay dentro de uno mismo”, exclama con cierto aire de profundidad.

Una historia de amor
Uno de los aspectos más conmovedores de su historia es su relación con los animales; el viaje con Raito, un perro de nueve años, representa energía y aires de libertad; “tuve un perrito antes, pero por cosas de la vida no tuvo un buen final, quiero reivindicarme dándole a Raito una vida bonita, activa y feliz”, manifiesta.
Ese deseo de sanar heridas del pasado, de compensar errores con acciones amorosas, habla de un alma en evolución, de un hombre que transforma los padecimientos e insuficiencias en esperanza.

Generación perdida
“Como muchos jóvenes hoy en día, tenía la vida un poco perdida”, admite explicando que eligió no quedarse quieto; se quedó con el movimiento, la introspección y la conexión con otros en un proceso que está en plena construcción. A quienes de alguna manera se identifican con la falta de horizonte en su vida, les envía un mensaje claro: “despéguense un poco de las cosas materiales; el dinero importa, sí, pero es más importante superarse como personas, encontrar algo que les llene y que aporte a la sociedad”.

Gabriel se despidió del Caquetá así como llegó, silencioso, dejando tan solo registro de su paso en las redes sociales, en las que se identifica como “Una aventura de pelos sobre ruedas”. Ahí deja registro de sus aventuras en el sur del continente; esta vez en un territorio muchas veces estigmatizado por la violencia, donde él y su mascota encontraron paz, abrigo y muchas más razones para regresar. Un nuevo destino está en la mira; nadie lo espera, todo por descubrir… Sabe que hay riesgos, pero son más las emociones.

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