Por: Alfredo Rubio Godoy

Sorprende de manera ingrata, por decir lo menos, cómo se viene acrecentando la accidentalidad en Caquetá y, de manera particular, en Florencia, con un deprimente balance de mujeres fallecidas y heridas durante el mes de marzo. La mayor parte de ellas se movilizaba en motocicleta y en todos los casos se evidenció falla humana, bien porque hubo maniobras equivocadas o porque hubo consumo previo de licor, entre otros aspectos, con la alta velocidad como factor determinante.
Quien acelera demasiado se expone más a generar o ser víctima de un accidente; caso contrario acontece con quien va despacio, respetando las normas. Para muchos, puede parecer aburrido recorrer las vías urbanas, rurales y nacionales con baja aceleración; a cambio, prefieren experimentar altas velocidades, con la sensación de riesgo permanente, sin que esto provoque la más mínima preocupación.
Sin embargo, otra es la historia cuando lo inesperado sucede, cuando uno u otro pierden el control y la fatalidad toca a la puerta. Es entonces cuando la familia llora la desgracia, por la pérdida de vidas, o por heridas de compleja curación, incluyendo mutilaciones y demás eventos catastróficos relacionados, que para colmo de males suelen ir acompañados de ruina, desesperanza… Cruda realidad, que bien se puede cambiar con decisiones sanas, ajustadas a la defensa de la integridad propia y ajena.
¿Por qué ir en contra de aquello reconocido como bueno? No tiene sentido que así suceda; eso incluye a quienes se pierden en el alcohol, agresores de cualquier especie y demás personas que atentan de una u otra forma contra la convivencia, el bienestar al que tienen derecho todos los ciudadanos. Es, por eso, que urge la imposición de medidas de control -las mínimas necesarias-, con el fin de llamar al orden a los desaforados; no les gustará, pero en el mediano plazo lo agradecerán.
Florencia puede incluso establecer modelos de comportamiento que aporten de manera específica a la movilidad y sirvan de referente nacional; eso y más es posible con Marlon Monsalve alcalde, quien sigue dando muestras de tener el temple preciso para asumir esa clase de retos. La autoridad, bien impuesta, es necesaria en estos casos; la ciudad lo reclama, de modo que mal se haría en aplazar las soluciones, de la mano con la tan desatendida cultura ciudadana.
Según el Código de Tránsito, todo colombiano tiene derecho a circular libremente por el territorio nacional; pero, “está sujeto a la intervención y reglamentación de las autoridades para garantía de la seguridad y comodidad de los habitantes”. Quiere decir que solo falta hacerlo cumplir en toda su extensión, aplicarlo sin reparos. Respaldo total a Marlon Monsalve y demás mandatarios que así obren, aunque eso les cueste perder un tanto de popularidad.

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