Por: Alfredo Rubio Godoy
Opinión El Colono del Sur
23 de Diciembre – 2024
Florencia, la capital del Caquetá, está en plena celebración navideña; muchos pasan estos días con sus noches cometiendo toda suerte de excesos en comidas o bebidas, además de los estrenos, regalos y otras arandelas que aporta el mercado. Pero no sucede lo mismo con Edilma; ella solo piensa en asegurar el alimento del día, de manera que sale con su carruaje a recorrer las calles en una faena más, sin reparar en las liviandades de los festejos.
“Yo no estoy en fiestas, pero que los demás celebren me da para comer”, dice agradecida porque el camino está inundado de latas de cerveza, cajas y otras piezas que sumarán pesos muy bien ganados en el centro de reciclaje del barrio Raicero, cerca del centro de la capital, donde queda la asociación a través de la cual recibe trato digno por su trabajo.
En otros tiempos, antes de agremiarse, sentía que recolectar, clasificar y comercializar materiales reciclables era algo sucio; hoy siente orgullo, no solo porque ha logrado darle lo mínimo necesario a su hijo, ya próximo a terminar el bachillerato, sino porque está contribuyendo a la preservación del medio ambiente.
Rechazo latente
En cada jornada, personas como Edilma bañan sus cuerpos de agua y sudor, literalmente; soportan no solo la lluvia y el sol, sino también en ocasiones el rechazo de ciudadanos que las ven como una amenaza. Sentimiento en parte justificado por el desorden que suelen dejar aquellos que abren bolsas y otros contenedores de residuos en busca de alimento. También hay quienes reciclan para costearse el vicio; pero, lo hacen de tan mala manera, que dejan toda suerte de desechos malolientes a su paso; son demasiados, por lo cual no queda más que guardar distancia mientras ellos se pierden en la drogadicción, afectando de paso a la ciudad… son parte del paisaje, las aceras se vuelven su hogar, contaminan de manera pasmosa.
¿Quién controla a estos últimos? Es una misión compleja, en parte atendida por la administración municipal con toda suerte de limitaciones, que en ocasiones los reúne, les ofrece alimento, elementos de aseo y algo de ropa, para luego verlos de nuevo sumergidos en ese submundo que los caracteriza.
Entre tanto los encargados del servicio público domiciliario de aseo, coordinados por la empresa Servintegral, limpian tanto como pueden esa suciedad que empaña la cotidianidad de barrios y comunas; otro tanto hacen los Bomberos, organizaciones de voluntarios, la Empresa de Servicios de Florencia SERVAF S.A. E.S.P., que cuenta con un equipo especializado para lavar a presión parques y demás zonas comunes, además de destaponar alcantarillas. Responsabilidades que incluyen velar por el acueducto y el alcantarillado las 24 horas de cada día; trabajos que obligan a enfrentarse no solo con la inmundicia, sino también con múltiples riesgos asociados al manejo de equipos y maquinaria en situaciones extremas.
Eso sí que es trabajo sucio. Exige emplearse a fondo durante jornadas extenuantes, y aun así los culpan cada vez que el agua deja de llegar a determinados sectores, bien sea porque la tubería cumple su ciclo, ocurren derrumbes, roban los medidores, son conexiones ilegales que estallan y tantas otras causas.
¡Quitaron el agua!, es la expresión común, sin pensar un poco en el esfuerzo que hacen en ese momento los directos encargados de resolver. Claro, es un servicio que se paga; pero, ¿por qué se pierde sensibilidad ante ese componente humano que hace todo para prevenir o reparar?
Trabajo sucio
Mejor suerte tienen otros, también dedicados al trabajo sucio, en quehaceres no menos importantes. Es necesario apelar al diccionario para clarificar que todos los significados de la palabra “sucio” están relacionados con inmundicia, mancha, impureza, deshonestidad e ilegalidad, entre otras ideas, todas negativas. Mientras que en este caso el llamado “trabajo sucio” hace referencia a oficios esenciales, en innumerables oportunidades menospreciados.
Es el caso de quienes hacen labores de aseo y vigilancia en las empresas, constructores, lavanderas… Qué decir de los campesinos cuyas manos se tiñen con los colores de la tierra para producir el alimento que ha de surtir las despensas. Son oficios que cansan demasiado, incomodan, dan asco, avergüenzan; pero, hombres, mujeres y hasta menores de edad están inmersos en ellos; alguien tiene que hacerlo, y se cuentan por decenas, centenas, miles… ¿Cuántos de ellos son invisibilizados en medio de una palpable desigualdad social?
En la mira
En ese mismo orden están los soldados y policías, quienes están en la mira de criminales por servir a la patria. Son seres humanos encargados de garantizar la seguridad; sin embargo, incontables veces los exhiben como enemigos del pueblo. De hecho, en territorio caqueteño la violencia los obliga a tener una vida social restringida a guarniciones y recintos muy bien resguardados. Estar en zonas públicas no deja de ser difícil, y más cuando persiste la presencia de grupos al margen de la ley que pagan por matar.
Todos los mencionados, además de la fuerza pública, dominan lo que hacen, son competentes, necesarios y en cierta forma indispensables; unos más capacitados que otros, unos más expuestos que otros, unos más menospreciados que otros… Todos, seres humanos, todos conectados con la sociedad; ¿por qué entonces esta los minimiza, les resta valor, los maltrata?
Pasan generaciones, pasan los gobiernos, los académicos, pasan y pasan situaciones que exigen estudio, soluciones de fondo en la balanza del equilibrio entre iguales. ¿Qué hacer? Personas como Edilma, quien prefiere el anonimato, encuentran refugio entre compañeros, quizá entre vecinos y otros mínimos espacios; a sus 57 años, ella siente que las esperanzas de mejorar la calidad de vida con su hijo son remotas; “yo estoy de salida”, dice; pero él, ¿qué será de mi muchacho?”, se pregunta.
Inquietud que, multiplicada por los millares de familias que viven con mínimos recursos económicos, deja ver un panorama desolador en Florencia, como en el resto del país. Acaso haya posibilidades reales de “vivir sabroso”, como pregona la vicepresidenta Francia Márquez; entre ellas, el trabajo sucio requiere de un tratamiento diferenciado, para que, a pesar de las diferencias, haya una relación más igualitaria.